Reseña de la película: Rocketman

Título: Rocketman
Dirección: 
Dexter Fletcher
Guion: 
Lee Hall
Fotografía: 
George Richmond
Música: 
Elton John, Matthew Margeson
Elenco: 
Taron Egerton, Jamie Bell, Richard Madden, Bryce Dallas Howard, Steven Mackintosh, Gemma Jones, Tom Bennett, Kit Connor, Viktorija Faith, Charlotte Sharland, Layton Williams, Bern Collaco, Ziad Abaza, Jamie Bacon, Kamil Lemieszewski, Israel Ruiz, Graham Fletcher-Cook
Género: Musical
Distribuidora: 
Paramount Pictures México
País: 
Reino Unido
Duración: 
121 min.
Fecha de estreno:
31 de Mayo de 2019

En la escena de apertura de Rocketman (Dexter Fletcher, 2019) una puerta, ubicada al centro de la parte superior de la pantalla, se abre y da paso a una fuente de luz poderosa que enmarca a una silueta alada que poco a poco dibuja mejor sus perfiles y detalles para mostrar a Elton John (Taron Egerton), ataviado con uno de sus conocidos extravagantes atuendos de diva operística pop, quien se acerca con paso enérgico y decidido hacia el extremo opuesto del pasillo del que parte, es decir, hacia el frente de la pantalla, hacia la audiencia, mientras la luz inicial lo sigue iluminando como la estrella musical que es.

¿A dónde se dirige Elton John? ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Por qué ese andar que parece transmitir rabia contenida en busca de alguien, algo, que permita darle salida y catarsis? Estas preguntas, parcialmente subjetivas, parecen ser las que conforman el método elegido para abordar la etapa de la vida de John que se cubre en Rocketman, una etapa de ascenso propio de la propulsión a chorro de un cohete, pero marcada también por un drama personal que ni todos los excesos del mundo podían paliar.

Si esas son las preguntas guías para la historia, la presentación y el desarrollo de personajes, lo que resta por resolver es cómo filmar la vida excesiva de alguien que en compañía de su socio y amigo Bernard Taupin (Jamie Bell) creó una joya de delicada ternura como Your song, mientras era capaz de encender y poner a levitar al público con Crocodile rock. La respuesta se da justo en eso, la levitación, la cual toma proporciones de tangibilidad onírica en la escena que muestra el concierto de John en el legendario club Troubadour, el cual lo catapultó a la zona de ignición estelar.

Este, tal vez el acto mejor logrado y construido en torno a cómo la música mueve a una persona y le otorga a la vez un escape y una forma individual de ordenar el mundo (¿quién no ha dicho que siente escalofríos como salida rápida y poco creativa al cúmulo de sensaciones y pensamientos que propicia la escucha de una canción favorita?), no se halla solo en la duración de la película, pues es uno de los tantos trucos de edición y efectos visuales que Fletcher utiliza para capturar la visión personalísima de John.

Además de la prestidigitación visual está el regreso al manual de juego de los musicales como forma narrativa que haya una excusa perfecta en la vida de John para regresar a las pantallas, pues parece que no existe forma más apropiada para retratar y condensar las intensidades calamitosas que han caracterizado buena parte de la vida del cantautor inglés.

Sin embargo, justo ese atiborramiento musical y visual, que tiene sentido narrativo, puede resultar excesivo para muchas personas, debido no sólo a que el musical como género no cuenta con gran aprobación hoy en día, sino porque su administración se siente irregular. Por momentos (sobre todo al comienzo cuando John aún es el niño/adolescente Reginald Dwight) es parte importante de la historia, y parece que será la forma en la que será contado todo. Pero, conforme avanza la trama, se cambia el registro por uno más “común”, el cual se interrumpe casi sin previo aviso para un regreso a la voz cantada.

No obstante, es innegable y apreciable el riesgo que Fletcher corrió al momento de afrontar una historia poco convencional de una forma equivalente a nivel cinematográfico. En esta se puede notar el apoyo que Matthew Vaughn brindó, como amigo y productor, en el desarrollo del filme. Basta recordar la coreografía de cabezas explotando en medio de nubes de gas colorido en lugar de sangre que Vaughn pone en el clímax de Kingsman: the secret service (2014) para ver que el germen de las ideas ya estaba y sólo necesitaba una tierra propicia para florecer en todo su esplendor.

A su vez, el trabajo actoral de todos los participantes, tanto los de Egerton y Bell como los de Bryce Dallas Howard y Richard Madden como antagonistas (uno más que la otra), alcanza un nivel de interacción que permite ver y empatizar con como John buscaba ser amado sin conseguirlo satisfactoriamente, a la vez que confiere a cada acto mínimo de amor propio y autoindulgencia de cada personaje (sobre todo en el caso de Taupin) un nivel de traición significativa ante los ojos de un hombre que nunca dejó de ser un niño prodigio capaz de encontrar el ritmo y la melodía para cualquier composición, menos para la de su vida emocional.

Sin llegar a ser una maravilla redonda, Rocketman entretiene una vez que se aceptan sus reglas un tanto difusas, y es a la vez un riesgo estilístico interesante que, a pesar de sacrificar la consolidación de un ritmo narrativo por un discurso propio, permite pensar en nuevas formas para revitalizar el subgénero de las biopics musicales el cual, una vez que se revisan la mayoría de las propuestas habidas hasta la fecha, parece haber llegado a una pausa creativa.

«Rocketman» llegará a las salas de cine de México el viernes 31 de Mayo de 2019.

Alberto Marín