Reseña de la película: Leto, Un Verano de Amor y Rock

Título en español: Leto, Un Verano de Amor y Rock
Título original: 
Leto
Dirección: 
Kirill Serebrennikov
Guion: 
Lily Idov, Mikhail Idov, Kirill Serebrennikov
Fotografía:
Vladislav Opelyants
Música: 
Roman Bilyk
Elenco: 
Teo Yoo, Irina Starshenbaum, Roman Bilyk, Anton Adasinsky, Liya Akhedzhakova, Yuliya Aug, Filipp Avdeev, Aleksandr Bashirov, Nikita Efremov
Género: Drama
Distribuidora: 
PIANO
País: 
Rusia, Francia
Duración: 
128 min.
Fecha de estreno: 
12 de Julio de 2019

La música, más allá de las connotaciones culturales debidas a los estilos y gustos personales y de moda, tiene la facultad de apuntar a registros emocionales y sociales mediante el poder de la instrumentación, y de las letras y sus mensajes.

Leto (Kril Serébrennikov, 2018) toma en cuenta lo anterior para plantear una suerte de biopic musical que por un lado muestra la escena de rock clandestino de la rusa soviética de la década de los ochenta y, por otro, la conformación y consolidación de la amistad y tutela musical que se establece entre los roqueros Mike Naumenko, una figura apuntalada del movimiento musical de la entonces Leningrado (hoy San Petesburgo) gracias a su banda Zoopark, de la cual era compositor, guitarrista y cantante; y Viktor Tsoi, una modesta pero prometedora nueva luminaria de la misma escena.

Para ello, la cinta toma como punto de partida las memorias de Natalya Naumenko, esposa de Mike, para a partir de ellos entrar de lleno en una ficción que parte del muy personal imaginario de Serébrennikov, que abreva tanto de su formación teatral como de un conocimiento sobre la música de la época y sobre el cine acerca de la música (que no musical) que se manifiestan en el montaje, con lo cual deja a la música como hilo conductor temático de la historia sin tener que saturar la escenas con motivos audiovisuales constantes, algo propio de las ficciones musicales de Hollywood.

Con respecto a los personajes (los cuales retoman la línea de maestro – discípulo planteada en su filme anterior, El estudiante (Uckenik, 2016), pero en una clave mucho menos conflictiva), Serébrennikov toma como eje la relación que Naumenko y Tsoi sostienen con Natalya, una relación de posible triángulo amoroso tan propio del rock, sólo que en esta ocasión la relación es un comentario más sobre los límites del amor, la amistad y el apoyo musical antes que un drama sobre secretos y mentiras, como si también debajo de ellos estuviera la ideología comunitaria soviética.

Con ello, Serébrennikov logra a la vez generar un ambiente placentero que permite el lucimiento de las composiciones, sobre todo las de Tsoi, quien se muestra como un genio potencial a quien Naumenko decide “apadrinar” pese a las divergencias de edad y temáticas (en algún momento de la cinta alguien le comenta a Naumenko que las canciones de Tsoi son mejores porque tienen la voz del pueblo, algo de gran relevancia para la doctrina de Estado imperante en aquella época), sin por ello buscar acercarlo a su estilo, sino aportando pinceladas y cinceladas que permitan que el estilo de Tsoi, potente pero poco adornado, adquiera mayor sofisticación y alcances.

A la vez, como señal de la forma en que la música opera como filtro doble, de adentro hacia afuera y viceversa, Serébrennikov monta secuencias dignas de un videoclip indie (cabe señalar que, como muchos directores, el ruso comenzó dirigiendo vídeos musicales y comerciales), donde se reversionan clásicos del punk y el rock alternativo, como son Psycho Killer de los Talking Heads, The Passenger de Iggy Pop y Perfect day de Lou Reed; todas ellas secuencias que permiten rompimientos musicales (que posteriormente se señalan como tales, como invenciones dentro de la narración) que permiten expresar estados emocionales e inquietudes internas a la par de dar fe del bagaje musical de la escena soviética, la cual se nutría de “la música del enemigo” mediante el contrabando de grabaciones, muchas de ellas piratas, ilustradas y traducidas por miembros del colectivo musical.

También Leto funciona como doble fuga, siendo la primera la social y personal que la escucha y la convivencia permiten al establecer un espacio libre de las afectaciones sociales sin dejarlas de lado, a fin de cuentas las letras de ambos músicos hablan de los anhelos y vivencias de una juventud sometida por el régimen soviético, además de que en muchas escenas las transiciones de sonido pasan del voltaje punk al ritmo monótono de las botas militares de un país en guerra con Afganistán, o las cadencias de la música folklórica rusa que entonces se perciben en los estribillos de los éxitos de ambos músicos, sin contar las restricciones establecidas por el foro en el que tocan y la forma en que buscan sortearlas.

Y, la segunda, una suerte de fuga en el sentido musical, donde las voces (dos en este caso) entran contrapunteadas y reiterando melodías desde tonos diversos, que en este caso serían la visión y los gustos de cada parte de la historia, las cuales convergen y dan forma a un etapa de Rusia marcada por un desencanto, distinto en forma al de las juventudes punk de sus contraparte generacional del otro lado de la cortina de hierro, pero con un fondo similar dado el derrumbe de las promesas de bienestar sostenidas a los largo de toda la guerra fría, con lo cual se queda en vilo la posibilidad de un futuro promisorio.

Así, Leto (cuya traducción al español es verano) se erige como un manifiesto del presente, de aquel presente, con ese verano radiante con el que inicia y se circunscribe la película y que apunta a una historia de crecimiento y maduración que se sigue fuera del marco de la proyección (toda vez que Naumenko y Tsoi tuvieron carreras exitosas hasta la década de los noventa, clausuradas por la muerte de ambos), lo cual cumple de una forma única y por momentos verdaderamente genial, tanto por el uso del color (blanco y negro roto por inserciones a color que son ficciones que se siente más reales pese a su disrupción) como por la forma en que se tejen las melodías en la trama, y que requiere la atención de un público que muy posiblemente (dado el subtítulo que se le asignó para su distribución) vaya con expectativas de un divertimento ligero y que puede perderse o decepcionarse al ver una historia más arriesgada, y a la vez mesurada, de lo esperado.

“Leto, Un Verano de Amor y Rock” llegará a las salas de cine de México el viernes 12 de Julio de 2019.

Alberto Marín