Reseña de la película: La Boda de mi Mejor Amigo
Título: La Boda de mi Mejor Amigo
Clasificación: B
Dirección: Celso García
Guion: Gabriel Ripstein (Remake: Ronald Bass)
Fotografía: Emiliano Villanueva
Música: Dan Zlotnik
Elenco: Ana Serradilla, Miguel Ángel Silvestre, Carlos Ferro, Natasha Dupeyrón, Patricia Bernal, Mónica Huarte, Minnie West, Alex Marín y Kall, Pedro Mira, Reynaldo Rossano
Género: Comedia
Distribuidora: Sony Pictures México
País: México
Duración: 100 min.
Fecha de estreno: 14 de febrero de 2019
“No es una copia”, “es una historia propia”. Estas y otras frases similares fueron emitidas en los momentos previos a la exhibición de la cinta en cuestión. Por desgracia resultaron parcialmente falsas al momento de observar el producto en pantalla.
Parcialmente porque, en su mayor parte, la cinta es una copia de las escenas realizadas en la cinta de 1997, estelarizada por Julia Roberts, que en los 90’s era una de las jóvenes actrices más exitosas y cotizadas del momento; dirigida por J. P. Hogan, director que venía precedido por el éxito en taquilla y con la crítica de su filme de 1994, La boda de Muriel, y escrita por Ronald Bass, quien entre sus guiones cuenta con el de Cuando los hermanos se encuentran (1988) y Durmiendo con el enemigo (1991).
El dato sobre el escritor y sus trabajos viene a colación porque, al copiar casi en su totalidad un guion de tan buen nivel y resultado, se esperaría una realización cercana a la obtenida hace 22 años. El problema es que, al traerlo de vuelta sin reparar en los cambios sociales debidos al traslado a otro país y otra época, se notan ciertas deficiencias contextuales que impiden empatizar del todo con los personajes y las disyuntivas a las que se enfrentan.
Algunas cosas no sirven debido a que en 22 años muchos de los problemas de entonces ahora pueden ser resueltos rápidamente gracias a la velocidad y acceso al Internet de hoy en día, por no mencionar la presencia constante de celulares y aplicaciones al por mayor. Asimismo, las ideas en torno al amor y sus expresiones también han sufrido alteraciones, en especial el modo en que se realizan y se viven y se sueñan las bodas de este lado de la frontera y la forma en la que se vive la sexualidad y sus identidades hoy en día.
Otra cosa que entorpece esta adaptación, acaso tardía, es el ritmo acelerado que tiene durante los primeros 30 minutos, el cual parece que busca satisfacer una necesidad por pasar lista lo más rápido posible a los momentos emblemáticos (sobre todo los musicales) de la obra, ya sea porque se les teme y es necesario repasarlos de prisa para evitar las críticas instantáneas, y/o porque se busca que la audiencia no pierda la atención mediante un acto de nostalgia forzada mal ejecutada, satisfaciendo su necesidad de revisionismo a la mayor brevedad posible. De tal suerte, esos episodios icónicos pierden consistencia al no contar con la fuerza necesaria, debido a que los motivos por los que se llegan a ellos no quedan del todo claros.
Lo anterior también afecta el desarrollo de los personajes. Lo que en la cinta del ’97 se siente natural y espontáneo acá se siente un tanto acartonado. O innecesario por su falta de repercusión en la cinta, como lo es el esbozo de historia que quiere darle al personaje de Natasha Dupeyrón (Plan V, 2018) y sus primas, esbozo que queda en eso en lugar de permitir que los personajes se desarrollen y encuentren soluciones novedosas a los problemas que la trama les planteará.
Tal vez otro problema sea el carisma de los protagonistas. Esto no quiere decir que, por ejemplo, Ana Serradilla (Cansada de besar sapos, 2006) sea una persona fría y con falta de simpatía; lo que quiere decir es que, al calcar los diálogos y reacciones de Julia Roberts, es imposible no establecer una comparación en la cual sale mala parada, además de notarse restringida cuando tiene que repetir en lugar de expresar algo que una mujer de las características geográficas de la que interpreta haría y diría.
Sin embargo, no todo está del todo mal en este metraje a ratos irregular. Es justo señalar que Serradilla está más que cumplidora en su papel. Es ella, junto con Miguel Ángel Silvestre (Sense8, y que en esta ocasión resuelve de manera digan el problema de encarnar el personaje planteado por Rupert Everett en la producción noventera), quienes aportan el mayor peso actoral, tanto por su gracia personal como por la forma en que esta ayuda a establecer una dinámica que manifiesta la química necesaria para hacer creíble la relación de complicidad que ambas personalidades guardan entre sí.
Es así como, a final de cuentas, La boda de mi mejor amigo es una película que desmerece un poco el estruendo de su publicidad, al dejar pasar la oportunidad de darle una actualización real y necesaria a una historia con un buen argumento, pero demasiado cargada de su contexto inicial. No obstante, al público joven o que desconoce (o no guarda con celo el recuerdo de) la cinta estelarizada por Roberts, le puede deparar un momento de romance idealizado (la redundancia es intencional) y entretenimiento ameno, acorde, sino a los tiempos, si a las fechas en las que se estrena.
«La Boda de mi Mejor Amigo» llegará a las salas de cine de México el jueves 14 de febrero de 2019.