Reseña de la película: Juana de Arco
Título original: Jeanne
Año: 2019
Duración: 133 min.
País: Francia
Dirección: Bruno Dumont
Guion: Bruno Dumont
Fotografía: David Chambille
Reparto: Lise Leplat Prudhomme, Annick Lavieville, Justine Herbez, Benoît Robail, Alain Desjacques, Serge Holvoet, Julien Manier, Jérôme Brimeux,
Productora: 3P Productions, Pictanovo, Cinécap 2, CNC, Région Hauts-de-France
Género: Drama | Siglo XV
Sinopsis
En el siglo XV, Inglaterra y Francia entran en conflicto para ocupar el trono francés. Convencida de que Dios la ha elegido a ella como su mensajera, la joven Juana dirige al ejército de Francia hasta que es capturada por la Iglesia. Aunque el clero amenaza con juzgarla por hereje, Juana de Arco se mantiene siempre fiel a sus convicciones y decide rechazar cualquier acusación, convencida de que el Señor se comunica con ella desde los cielos.
Opinión
El personaje de Juana de Arco, doncella de Orleans, es uno de los mitos fundacionales de la nación francesa, cuyo poder de seducción ha traspasado los confines de su espacio-tiempo para seguir llamando a su causa a hombres y mujeres de las más diversas profesiones y de más allá de su amada Francia.
El cine ha caído rendido bajo la impronta de su hechizo en más de una ocasión, mostrando la fiereza de una pasión sacra que conmovía a multitudes que abonaban a su causa y a la de una Francia libre del yugo inglés. Tantas veces se ha llevado que, en cierto sentido, queda en el aire la pregunta de la necesidad de una más o, en lo mínimo, qué más hay que decir de una personalidad tanta magnética como visitada hasta la saciedad.
En el caso de Juana de Arco (Jeanne, 2019) de Bruno Dumont, la respuesta para estar en el Diablo de los detalles. En la cinta, Dumont reduce tanto su forma fílmica, a veces extrema y agresiva, como el mito de la de Orleans a sus mínimas expresiones.
Lejos de la Juana de alaridos y posees heroicas, rodeada de guerreros y sangre y asedios, la de Dumont retoma la juventud y el estoicismo santo de la doncella y la arroja, en un rasgo de violencia discursiva encubierta, a una edad todavía más menos, y la posa sobre los hombros de la joven y talentosa Lise Leplat Prudhomme de tan sólo 10 años.
Este acto, radical en cierto sentido al alejarse la típica protagonista que atrae o por su “atractivo” o por su destreza en el combate o por ambas, permite que la narrativa se polarice al ponerla en duelos hablados con los mayores que o la siguen o la persiguen, ya sea en el campo de batalla o en las celadas de los embates verbales de su juicio por herejía.
Lo verbal tiene un peso tremendo en la obra, y es justo algo que puede gustar o no, pues hace denso el recorrido de una mirada cinemática que se da tiempo para las pausas y que despacha las batallas en una sola y por demás estilizada coreografía de un puñado de hombres a caballo que casi danzan en formas ecuestres más propias de las ceremonias de boato militar moderno que de las confrontaciones o justas medievales.
Sin embargo, Dumont se apoya en dos elementos para domeñar diálogos que de otra forma hundirían su relato intimista. Uno es el uso del paisaje para lograr que los espacios mismos tengan presencia y voz a la par de los histriones. Además, sirve para conferir trasfondo a las acciones y sus protagonistas. Así, por un lado, se tiene la campiña francesa natural a la de Arco, con su ligereza y limpieza de campo libre y sereno; del otro lado está la apoteosis eclesiástica simbolizada por la colosal y hermosa catedral de Amiens, en la cual se lleva a cabo el juicio y en la que sus recovecos y pilares permiten cuchicheos y chimes impropios de lo que se supone está en juego.
El otro elemento son los actores que hacen contra peso a la parsimonia de Leplat Prudhomme. Donde esta es adusta y deja que la fuerza de su discurso vehemente pero sosegado remita a la forma en que la de Arco original contestaba sus detractores, los otros, una plétora de hombres de diversas edades y constituciones físicas, son gesticulantes en primeros planos que permiten que Dumont se regodeé un poco en su gusto por los cuerpos y formas poco canónicos y que, a la par, remiten a retablos religiosos sobre juicios, en los que el mal está del lado de los zafios dibujados bruscos y casi deformes.
Con ello, Dumont presenta una escueta, aunque hermosa, relectura del mito de Juana de Arco a la par que pone sobre la mesa la cuestión de cuanto se ha avanzado de entonces a ahora al momento de solventar los procesos del relevo generacional en cuestiones de la salvaguarda de la libertad.
Juana de Arco es parte de la 68ª Muestra de Cine de la Cineteca Nacional, revisa la cartelera para ver los horarios.