El pasado 30 de abril La cenicienta llegó al Auditorio Nacional en la CDMX contada por su autor Charles Perrault e interpretada por el Ballet de la Ciudad de México, esto como parte de los festejos por El día del niño y a modo de fomentar no únicamente la lectura sino la danza y el arte como forma de expresión, pero ¿cómo pudo el autor francés, muerto allá por 1703, narrar su creación? Bueno, esto fue gracias a la magia que rodeó todo el evento de principio a final.
Para cautivar la atención del público de inicio a fin –y también para desdibujar la idea de que Cenicienta y otras historias son obra y creación de Walt Disney−, se presentó a Charles Perrault (Enrique Chi) como el narrador de su propia obra, como si hubiera viajado en el tiempo con el único fin de compartirnos uno de sus tantos cuentos de hadas que aún prevalecen gracias a la tradición oral que agrega y omite partes con cada generación y familia, para tener su propia versión.
Y una vez que el telón se levantó, la dulce Cenicienta, interpretada por Angeline de Jesús Montes Martínez, apareció haciendo las labores del hogar con la característica candidez del personaje, pero con figuras limpias, líneas estilizadas y “de puntitas”, porque no sólo vimos una obra de teatro, no, el ballet estuvo presente no únicamente a manera de relatar la historia, sino que se le dio lugar dentro de la trama con escenas que causaron no sólo carcajadas, sino fascinación.
Y fueron éstas libertades creativas que se tomaron lo que terminó por cautivar a la audiencia. Pudimos apreciar a las hermanastras, interpretadas por Christian Barrera Martínez y Rodrigo Fuentes González, tomar clases de ballet, brincando y dando giros que, aunque parecieran sin gracia, mantenían cierta técnica de ballet y que, al compararse con los suaves movimientos de Cenicienta, provocaban risa entre niños y adultos por igual.
En cuanto a vestuario no dejaron ningún cabo suelto, ya que la ropa utilizada era acorde a lo que todos imaginamos de la época en que se desarrollaría Cenicienta, además de que nos permitía mantener la ilusión que estamos presenciando. Además de que la escenografía y el humo ayudaron a que la magia apareciera en los momentos en que se necesitaba.
Todos los bailarines se metieron en su papel y ayudaron a que la historia se siguiera contando sin ningún problema, haciendo alarde no sólo de su capacidad histriónica sino también de su talento para realizar releves, splits, saltos y giros que seguramente inspiraron a más de un o una pequeña princesa que entre el público vio dibujado, cómo será su futuro a través de la danza.